jueves, 22 de mayo de 2014

El lingam, símbolo absoluto "Tantra el culto a lo femenino" A.Van Lysebeth

El lingam es el símbolo más común en la India, donde es aceptado tanto por los hindúes como
por el tan-tra ya sea de Derecha o de Izquierda.
Katheríne Mayo, en Mother India, escribió en 1927: «Shiva, una de las divinidades del panteón
hindú, está representado en todas partes, a lo largo de los caminos, en pequeños altares, en los
templos, en los oratorios de las casas indias o en los amuletos personales. Cada día, a través de la
imagen del órgano de la generación, es adorado por sus devotos».
El lingam además es el único elemento común a prácticamente todos los templos hindúes, el
único también que puede ser mirado y tocado por cualquiera, sin importar su religión, su secta o su
casta. En todo rito tántrico tiene un papel central, tanto entre los shivaítas como entre los adeptos de
Shakti.
Lo característico del símbolo es que revela aspectos diferentes según la persona que lo percibe y
según las circunstancias: de ahí su riqueza, y el valor simbólico del lingam es extraordinario. Por
ser universal es aceptable para todos, tanto creyentes como ateos.
¿Se trata de una imagen fálica o priápica? Es lo que creían los primeros occidentales que viajaron
a la India. En 1670, un individuo llamado Stravorinus, capitán de la Compañía Holandesa de las
Indias Orientales, se indignaba por ello: «Aquí y allí, hay representaciones de una divinidad que
adoran bajo el nombre de lingam. Es el culto más escandaloso entre todas las abominaciones que la
superstición humana ha multiplicado en la superficie de la Tierra...»
Sin comentarios...
El tantra es el modo de acercamiento a las realidades últimas más accesible al conjunto de la
humanidad, cualesquiera que sean las diferencias, raciales u otras.
A primera vista, sin embargo, ¿qué hay más extraño que los conceptos, los ritos y las técnicas del
tantra, especialmente el culto del lingam? En nuestro inconsciente, sin embargo, despierta ecos
profundos desde que penetramos en su universo misterioso.
Para el tantra, el lingam es el conjunto formado por el órgano masculino engastado en el sexo
femenino, y no sólo el falo, aunque éste sea ya un símbolo muy potente, universalmente extendido,
incluso entre nosotros.
George Ryley Scott escribe: «Era natural que los antiguos bretones adoraran las piedras y los
pilares en cuanto emblemas del principio masculino, así como los antiguos hebreos, los griegos, los
romanos, los egipcios, los japoneses y tantos otros. Huellas de este culto han sido descubiertas en
numerosos lugares de Inglaterra, Escocia y el país de Gales, aunque sean notablemente escasas las
estatuas fálicas realistas. Tales ejemplares han existido, pero probablemente han sido demolidos, y
la mayor parte de las huellas escritas sobre los mismos han sido borradas con cuidado por el clero y
las demás autoridades».
El mismo autor cita aj. B. Hannay en Christianity: The Sources of its Teaching and Symbolism:
«Los pilares fálicos no eran raros en Bretaña. Tenemos una larga lista establecida según antiguos
escritos. Buen número de ellos fueron destruidos o derribados, mutilados en la punta o erosionados
por la intemperie; sin embargo, en las investigaciones, se descubren columnas fálicas tan perfectas
que un indio shivaíta se prosternaría ante ellas y las adoraría todavía hoy. Otros sólo representan el
glande, como las formas adoradas por los asirios».
En el emplazamiento prehistórico de Filitosa, en Córcega, se ven piedras erguidas, de un realismo
tal que se trata indudablemente de lingams, aunque los arqueólogos los califican púdicamente de
«guerreros». También en este caso podemos hacer una comparación entre el hombre viril
sexualmente y el hombre viril combativamente.
No sé qué hubiera pensado, pues, nuestro amigo Burgess si hubiera asistido a la escena relatada
por el Capitán Hamilton (A New Account of East lndies, Edimburgo, 1727, vol. 1, p. 152), que vio
un «sanctified rascal» (literalmente, un miembro de la chusma santificado), un truhán de siete pies
(más de dos metros), con los miembros bien proporcionados, de la secta de los jougies (sic)
«sentado a la sombra de un árbol, prácticamente desnudo, con un pudenda (en latín en el texto)
como un asno, con un anillo de oro pasado por el prepucio. Este gañán era muy reverenciado por un
gran número de mujeres jóvenes casadas, que se prosternaban ante el príapo viviente, lo tomaban
devotamente entre las manos, lo besaban, mientras que su propietario libertino les acariciaba las
necias cabezas murmurando plegarias obscenas, que supuestamente les aseguraban una
progenitura».
¡Se entiende, efectivamente, que este subdito de Su Muy Excelsa Majestad Británica haya sido
escandalizado por ese espectáculo! No comprendió que esas mujeres no adoraban el miembro viril
sino el lingam, signo de la potencia creadora de Shiva.
¡Estupefacción! ¡Escándalo! ¡Otro viajero vio a un asceta desnudo, sentado bajo un árbol,
poniendo collares de flores y otras ofrendas rituales a su propio miembro en erección! Para el
asceta, la erección manifestaba la fuerza creadora que hace surgir una nueva vida o las galaxias de
la nada, y es ese principio cósmico lo que reverenciaba... Estaba en condiciones de disociar su poloindividuo
(el yo consciente) de su polo-especie. Todo esto no puede trasladarse a Occidente,
evidentemente: ¡imagínese el lector la cara de los peatones en los Campos Elíseos!
En la India, el origen del culto del lingam se remonta a la prehistoria, a los antiguos ritos
sexuales de fecundidad, al culto de la Gran Diosa. Los hombres y las mujeres se unían cerca de los
campos, y los acoplamientos colectivos se consideraban beneficiosos para aumentar, por contagio,
la fecundidad de la tierra: seguramente era menos tóxico que nuestros pesticidas... Luego se
levantaban piedras para invocar a las fuerzas creadoras, piedras que todavía están allí...
Este culto es muy anterior a la invasión aria: el Rig-Veda atestigua que el lingam era, si no el
único, el principal símbolo preario, rechazado por los arios.
Los epítetos injuriosos dirigidos a los drávidas: akarman, sin ritos, ayajvan, que no hacen
sacrificios, shishna-devāh, literalmente «cuyo dios es el pene» (VIL21.5 y X.99-3), prueban que el
simbolismo profundo del lingam escapaba a los arios. Su culto, condenado, quedaba desterrado de
los rituales védicos.
Sin embargo se produciría un viraje. Sólidamente implantados en el país conquistado, su
pretendida integridad racial protegida por el estricto apartheid del sistema de las clases, los arios
podían darse el lujo de la tolerancia religiosa. Dejaban que sus siervos, los sudras, conservaran sus
antiguos dioses y cultos.
Mientras que habitualmente el vencedor impone su religión a los vencidos, en la India los arios
no sólo no deseaban en absoluto «brahmanizar» a sus siervos, sino que al contrario prohibían
estrictamente a los no arios (y a algunos arios) incluso que escucharan los Vedas. En caso de
transgresión, el Código de Manu castigaba ese «sacrilegio» con graves penas.
Sin embargo, poco a poco los «señores» se anexaron dioses, creencias, prácticas mágicas de los
vencidos y las integraron, «arianizadas», a su propio culto y panteón: el resultado de esta osmosis
es el hinduismo. Y es así como el lingam, al principio tan despreciado, se convirtió en el símbolo
más difundido en toda la India. Sin embargo, si los arios patriarcales lo aceptaron bastante
fácilmente, ¡fue porque veían en él sobre todo el miembro viril!
Todavía hoy el culto del lingam ha conservado su fervor original. Cito a Mircea Eliade
(L'épreuve du Labyrinthe, p. 68): «La segunda enseñanza que me ha aportado la India es el sentido
del símbolo. En Rumania no me atraía la vida religiosa, las iglesias me parecían atestadas de iconos.
Y por supuesto que no consideraba esos iconos como ídolos, pero en fin... Pues bien, en la India,
viví en un poblado de Bengala y vi mujeres y muchachas que tocaban y decoraban un lingam, un
símbolo fálico, más exactamente un falo de piedra anatómicamente muy exacto; por supuesto que,
al menos las mujeres casadas no podían ignorar su naturaleza, su función fisiológica. Comprendí,
pues, la posibilidad de «ver» el símbolo en el lingam. El lingam era el misterio de la vida, de la
creatividad, de la fertilidad que se manifiesta en todos los niveles cósmicos. Esta epifanía de vida
era Shiva, no era el miembro que nosotros conocemos. Entonces, esa posibilidad de ser
religiosamente conmovido por la imagen y por el símbolo, me reveló todo un mundo de valores
espirituales».
A primera vista el lingam parece ser un símbolo falocrático; sin embargo, cuando el órgano
masculino se pone erecto, ¡es a causa de la mujer! Según un dicho tántrico, «Shiva sin Shakti sólo
es un shava, un cadáver». La erección demuestra el poder femenino. Discúlpeme, señora, si evoco
el ejemplo bien conocido de los perro. Normalmente, no pasa nada, pero cuando una perra está en
celo, ¡a la arrebatiña todos los perros! Por tanto es la hembra quien despierta a los machos, y no a la
inversa.
El lingam pone así (¡aparentemente!) a todo el mundo de acuerdo: al falócrata que da la prioridad
al órgano masculino erecto, al tántrico que detrás de la unión de los órganos masculino y femenino
percibe los principios cósmicos así simbolizados. Si es fácil esculpir el órgano masculino, por el
contrario es técnicamente imposible esculpir el sexo femenino en relieve. Eso es lo que hace que,
en los lingams indios, el órgano femenino se limite a rodear la base del órgano masculino, y el resto
debe ser imaginado.
Una pregunta: ¿por qué los lingams son siempre de piedra, excepto los modelados en arcilla y
que se arrojan enseguida al Ganges, y por qué esta piedra en general es negra? La respuesta es
simple: ¡es a causa del color de la piel de los drávidas, cuyo dios era Shiva!
¿Y como es en realidad una linga-pūjā, una adoración del lingam, en un medio puritano como,
por ejemplo, el ashram de Rishikesh, al pie del Himalaya? El oficiante, a veces el swami
Chidananda, el asceta, acaricia en primer lugar largamente, casi amorosamente, el. lingam de piedra
pulida, lo adorna con guirnaldas y traza en él con pasta de sándalo amarillo los signos rituales y
simbólicos. Durante toda la celebración, el oficiante y los participantes cantan en coro, durante
horas, «Om Namah Shivayah», arrojando al mismo tiempo flores y pétalos de flores sobre el
lingam, que queda casi cubierto por ellos.
En el momento culminante, el oficiante vierte sobre el lingam un líquido blanco viscoso hecho de
leche y miel (cuyo simbolismo es evidente), que corre lentamente por la piedra y se derrama en el
arghya, para ser luego repartido entre los participantes, que lo beben con evidente devoción. Como
en la consagración durante una misa católica, para ellos en ese instante Shiva está presente en el
lingam.
Cuando se les menciona el carácter sexual evidente de ese ritual, se ofuscan y, con buena fe, lo
niegan absolutamente. He oído a una occidental, también ella de buena fe, seguir su ejemplo. Creía
incluso que aportaba una prueba tan sutil como innegable: decía que si se tratara verdaderamente de
un símbolo de unión sexual, el falo debería estar horizontal y no vertical. En la posición occidental
corriente, la del misionero, sería así, pero no en el maithuna tántrico, donde Shakti está a
horcajadas, o «cabalga» sobre Shiva y el órgano masculino está vertical. Los indios —¡que
ciertamente saben!— no hablan: se contentan con negar...
Los tántricos sienten que la eyaculación es el momento procreador por excelencia, cuando la
energía femenina se apodera del esperma para suscitar una nueva vida. Para ellos, todo acto creador
va acompañado de goce y la creación resulta de una unión cósmica permanente y orgiástica, que
proseguirá hasta el fin de los tiempos: cada galaxia es el fruto de un orgasmo cósmico. Toda
experiencia cósmica es necesariamente extática, como el éxtasis de los místicos occidentales, y eso
justifica los ritos sexuales de la Vía de la Izquierda, la vía más directa hacia el éxtasis. Para el
tantra, la libido cósmica (¡que Freud se alegre en su tumba!) es el dinamismo fundamental de la
creación: el universo nace del deseo, como todo ser viviente. Deseo y goce acompañan a todo acto
verdaderamente creador.
En los ritos sexuales del tantra, todo se organiza para despertar el deseo, para crear situaciones
eróticas intensas, para acceder así a la felicidad, al éxtasis, por una unión concreta ritualizada,
sacralizada. Además, esta unión sólo llega a ser espiritual si se percibe su carácter divino, sagrado.
Para el tantra todo goce puro es de orden espiritual. La unión sexual es el «signo» más concreto,
más simbólico que existe, y va acompañado también por la felicidad última que puede experimentar
el cuerpo humano. Todo esto supone una visión diferente de la ordinaria, que considera que el goce
y lo espiritual son incompatibles. Los siguientes extractos de escrituras sagradas confirman el
simbolismo del lingam: «La naturaleza manifiesta, la energía cósmica universal, está simbolizada
por el yoni, el órgano femenino que rodea al lingam. El yoni representa la energía que engendra el
mundo, matriz de todo lo que se ha manifestado» (Karapátri, Lingopapasana rahasya, Siddhanta,
vol. 2, p. 154).
«El Universo proviene de la relación de un yoni con un lingam. En consecuencia, todo lleva la
marca del lingam y del yoni. Es la divinidad que, bajo la forma de falos individuales, penetra en
cada matriz y procrea así a todos los seres» {id., p. 163).
La potencia física y mental se adquiere controlando el sexo, ritualizándolo y no reprimiéndolo.
Los órganos que intervienen son la expresión visible del poder creador, cuyo símbolo más concreto
son. Cuando los hindúes veneran el lingam no deifican un órgano físico, reconocen simplemente
una forma eterna y divina manifestada en el microcosmos. Porque la potencia creadora humana
reside en el sexo, éste es a la vez la sede y el emblema de lo divino, de la forma causal, eternamente
presente en todas las cosas: «Aquellos que no quieren reconocer la naturaleza divina del falo, los
que no comprenden la importancia del rito sexual, los que consideran el acto de amor como vil y
despreciable o como una simple función física, seguramente fracasarán en sus intentos de
realización material o espiritual. Ignorar el carácter sagrado del falo es peligroso, mientras que
venerándolo se obtiene el placer (bhukti) y la liberación (mukti)» (Lingpapāsana rahasya).
O también: «El que deja pasar la vida sin haber honrado el falo es en verdad despreciable,
culpable y condenado. Si se hace un balance, de un lado la adoración del falo y del otro la caridad,
el ayuno, los peregrinajes, los sacrificios y la virtud, gana la adoración del falo, fuente de placer y
de liberación, abrigo contra la adversidad» (Shiva Purana, 1, 21-23-24-26).
«El que venera el lingam, sabiendo que es la causa primera, la fuente, la conciencia, la sustancia
del universo, está más cerca de mí que ningún ser» (id).
Estas citas, provenientes de una escritura aria, requieren dos observaciones. En primer lugar,
estamos lejos del Rig-Veda y de sus imprecaciones contra los «adoradores del dios-pene».
Segundo, un malabarismo «falocrático» hace del lingam un simple falo, mientras que, para el
tantra, el lingam es el yoni indisociablemente unido al órgano viril: ¡es más que una cuestión de
matiz!
Para cerrar este capítulo escuchemos todavía a nuestro amigo sioux Tahca Ushte, tántrico sin
saberlo: «Para el hombre blanco, los símbolos son sólo una cosa agradable que permite dejarse
llevar por las especulaciones, un juego del espíritu. Para nosotros, son más que eso, mucho más.
Para nosotros se trata de vivirlos».
Por eso las especulaciones (¡por tanto mi texto...!) sólo son útiles y justificadas en la medida en
que nos abren a la riqueza de los símbolos, de los que entonces nuestro espíritu acepta servirse. Para
que lleguen a ser «más que eso», hay que olvidar las disertaciones y dejarlas actuar en las
profundidades del inconsciente, allí donde tenemos nuestras raíces, donde se está en contacto con
las fuerzas vivas del universo, donde «engendrar» adquiere todo su sentido.
Regresemos a Occidente: ¿es la cruz un lingam oculto? Esta pregunta corre el riesgo de disgustar
—sin motivo, por supuesto— a los católicos, para quienes evoca el sacrificio supremo del Hijo de
Dios para rescatar a la humanidad. Pero, ¿está prohibido ver también el símbolo de la unión de los
principios creadores últimos? Y ver en ella un símbolo eventual-mente fálico, ¿es un sacrilegio?
Aunque no soy ni padre de la Iglesia ni doctor en teología, sin embargo creo recordar que antes de
la cruz el signo crístico era el pez, símbolo indudablemente fálico. Todavía hoy, en el sur de Italia,
la misma palabra designa al pez y al órgano viril: quien lo dude que vaya a Nápoles e interrogue a
las vendedoras de pescado del puerto...

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