Desconocido para los arios, incluso despreciado por ellos, Shiva se ha convertido, con el correr
de los milenios, en una divinidad clave hindú y tántrica a la vez. Su ascensión a la jerarquía divina
hasta llegar a ser, junto con Brahma y Vishnu, miembro de la trinidad hindú, revela su dinámica
profunda.
A propósito de Shiva, un amplio consenso entre los indianistas occidentales y los indios hace
remontar su culto a la civilización dravídica, más que a los autóctonos:
«Desde el Himalaya al cabo Comorin, se busca en vano entre las tribus salvajes aborígenes la
más ínfima huella de una forma cualquiera de culto tántrico de Shiva o de Kālī, su esposa. Tampoco
se ha hallado nunca el emblema fálico, símbolo de Shiva» (N. Bose & Halder: Tantras, Their
Philosophy and Occults Secrets, p. 72).
Se ignora incluso su nombre, tan sagrado y secreto que se evita pronunciarlo. «Shiva», que lo
designa por todas partes en la India, es un simple adjetivo que significa «el benévolo», «el
favorable». Se vincula al culto solar: «El culto de Shiva deriva de un culto solar, muy difundido en
la humanidad primitiva; el nombre shivan dado al Sol es similar a la palabra tamil shivappu, rojo;
por ello shivan, el Rojo, es una palabra adecuada para designar al Sol naciente. Shivan se parece
también a los términos tamiles schemam y shemmai, que significan prosperidad, rectitud. Con el
tiempo, además de «el Rojo», shivan se enriquece con sentidos como «de buen augurio»,
«próspero», etc.» (V. Parjoti, Saiva Siddhanta, p. 13).
Se lo llama también Shambhu, Shamkara, el benéfico, lleno de gracia. Si Alain Daniélou cree que
su verdadero nombre es An o Ann, otros se inclinan por Han, es decir, Dios en sentido absoluto.
Shiva, dios enemigo, fue primero rechazado por los invasores arios. Sin embargo, después de
haber vencido y sometido a los drávidas, impresionados por ese culto tan universalmente expandido
entre sus siervos, poco a poco lo adoptaron y lo integraron a su cultura.
Es interesante, e incluso divertido, seguir el proceso de arianización de Shiva, a través de su
asimilación progresiva a Rudra, un dios védico muy menor.
Es probable que los rudras, como los maruts, fueran aborígenes tránsfugas, aliados a los arios
durante la guerra de conquista, en función de lo cual su jefe, Rudra, fue divinizado, «a disgusto, en
tanto dios de las lágrimas, el que causa el dolor. Lejos de ser adorado y respetado como Indra,
Varuna, Vāyu, etc., Rudra («el que grita») no tiene parte alguna en el sacrificio del fuego. En su
calidad de dios de las lágrimas, se aloja fuera del barrio residencial de los dioses, en o cerca de los
campos de cremación» (Bhattacharya, Saivism and the Phallic World, p. 216).
En el Shatarudrīya, se envía a Shiva-Rudra a acampar en las montañas y en los bosques, donde se
lo asocia a los cazadores, a los habitantes de los bosques, ¡pero también a los ladrones y a los
bandidos! Una hermosa reputación...
Fueron sin duda los brahmanes quienes, irritados por verlo seducir a los arios, lo presentaron al
principio tan poco simpático como les fue posible: incluso lo hicieron el dios de las enfermedades...
Al crear a Shiva, la encarnación del principio creador masculino, los drávidas actuaron como
dijo Voltaire: «Dios creó al hombre a su imagen, pero éste ha hecho lo mismo». Shiva, principio
creador masculino, es uno de los símbolos más potentes y más antiguos del tantra: aparece ya,
como Pasupati (padre y amo de los animales), en el sello del Indo que antecede, sentado y rodeado
de animales salvajes: el tigre, el búfalo, el elefante, el rinoceronte...
Sus cuernos simbolizan las fuerzas lunares o el toro, su vehículo y parangón de la fuerza sexual:
pensemos en los cuernos de los toros de los santuarios de Çatal Hüyük y en el dios cornudo de las
hechiceras, convertido en el diablo en la iconografía de la Iglesia. Sus tres caras revelan que
suscita, mantiene y disuelve el universo. Dios de los yoguis, su postura pone claramente en
evidencia sus atributos masculinos...
Introducido por la puerta de servicio en el panteón védico, escala poco a poco los escalones de la
jerarquía divina y se convierte en el igual de Vishnu y de Brahma, constituye con ellos la trilogía
hindú dominante. Sin embargo, lo logra «por la presión de la calle», como se diría hoy.
Favorito de los drávidas, Shiva encarna su resistencia al ocupante ario, y las leyendas sobre él
son innumerables. La siguiente expresa la enemistad entre las dos Indias, la de los ocupantes y la de
los ocupados. Comienza con un idilio entre Shiva y Sati, la hija del rey ario Daksha. Enamorada de
Shiva, Sati lo desposa contra la voluntad de su padre y se va a vivir con él en el monte Kailash, en
el Himalaya. Después de pasar muchos años lejos de su familia, un día Sati se entera de que su
padre organiza una fastuosa celebración. Aunque no haya sido invitada, quiere asistir, tan grande es
su deseo de volver a ver a los suyos.
Su divino marido se lo desaconseja, pero por primera vez ella no lo escucha. Cuando llega a la
ceremonia, la flor y nata aria está presente: los reyes, los príncipes, los nobles y sus esposas, todo el
mundo en traje de gala. Cuando su padre ve llegar a la tránsfuga por amor, vestida con harapos, se
siente deshonrado y, lívido de cólera, lanza las peores injurias hacia Shiva. Es demasiado para la
pobre Sati: se desvanece para no volver a despertar.
La triste noticia se difunde inmediatamente en la ciudad y Shiva, cuando se entera, se pone
furioso. Como un solo hombre, todos sus partidarios, es decir, el pueblo llano, se levantan y se
rebelan. En la ciudad cunde la revuelta. El resentimiento generalizado hacia la tiranía brahmánica,
que se incubaba desde hacía tiempo, estalla. El lugar de la ceremonia es profanado, saqueado, y
Daksha, el padre de Sari, es humillado. La muchedumbre exige que Shiva sea proclamado el igual
de los dioses arios. Para calmar su cólera, los brahmanes admiten a Shiva en el panteón hindú.
Esta leyenda, que expresa tan bien la revuelta, todavía es tan popular en la India que se han hecho
historietas con ella. La India —pensemos que de cada cinco seres humanos uno es indio— es un
volcán donde la presión sube bajo la cascara constituida por la estructura aria milenaria. Cuando la
India explote, el mundo temblará...
En la iconografía de Shiva, su arma favorita es el tridente junto con el lazo. «Oficialmente» su
tridente —que no es el de Neptuno— simboliza los tres gunas del Samkhya (sattiva, raja, tama
guna) y también los tres nadis (conductos sutiles de energía) del yoga: Ida, Píngala y Sushumna.
Pero para los que saben es diferente, pues el tridente era el arma preferida de los drávidas,
mientras que su homólogo ario tenía cuatro dientes. El Rig-Veda dice (152.7 y 8): «Con su arma de
cuatro dientes (Chaturashri) Mitra y Varuna matan a los portadores del tridente». El indio
Rajmohon Nath, en Rig-veda Summary, p. 83, comenta este versículo: «Esto da una indicación
relativa al viejo conflicto entre los dos campos, que continúa todavía en la India (actual)». ¡Son
pocos los que lo dicen! Sin embargo, como en materia de simbolismo cada uno es libre, nada
impide ver ahí también la versión oficial...
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