martes, 27 de mayo de 2014

Shiva, la carrera de un dios, A.Van Lysebeth 2/2

Descifremos la danza de Shiva
Entre las variantes de la danza de Shiva, la más conocida en el sur de la India es la Nadanta,
representada en el bronce de la página siguiente. Lo traje hace unos años de Tamil Nadu, donde su
culto está siempre vivo. Para facilitar su desciframiento, las principales «claves» figuran
sumariamente en el dibujo. Si bien para un indio estos símbolos son evidentes, nosotros
necesitamos indicaciones suplementarias.
En este bronce lo más asombroso son los cuatro brazos de Shiva.
El tambor que tiene en su mano derecha confirma su origen preario. Los drávidas son
formidables «tocadores» de tambor. Simbólicamente, el tambor, el clamara, es el sonido
primordial. El Unmai Villakam, versículo 36, dice: «La creación viene del tambor...». ¿Es una
sorprendente intuición del big-bang de la física moderna? La concordancia es, como mínimo,
perturbadora.
Con su mano derecha levantada en abhya mudra, Shiva dice: «Yo protejo».
El fuego, que transforma y destruye, surge de la mano que toca el anillo inflamado. Afrenta para
los brahmanes, Shiva reúne en sí mismo las tres funciones cósmicas: creación, protección,
disolución. Para ellos Brahma crea, Vishnu protege, ¡y sólo dejan a Shiva el poder poco glorioso de
destruir!
Por último, la mano que señala hacia el pie levantado libera a quien penetra en el mito
revelándole la esencia del cosmos.
El pie izquierdo aplasta a un enano maléfico: para los tántricos, es su ex suegro ario, responsable
de la muerte de la dulce Sati, pero «oficialmente» es el demonio Muyakala. El conjunto reposa
sobre un pedestal en forma de loto.
Su cabellera reúne varios símbolos. Joyas adornan sus cabellos trenzados cuyas mechas
inferiores giran indicando la impetuosidad de su danza, que mantiene al universo. Otra intuición
fantástica: en el grano de arena, a mis ojos insignificante e inmóvil, los electrones giran sobre sí
mismos «bailando un vals» alrededor del núcleo de los átomos a miles de km/seg. Si
repentinamente en el cosmos todos los electrones, así como la energía cósmica, se pararan en seco,
el universo se hundiría inmediatamente en la «nada dinámica» (akasba) de donde salió.
Una cobra se agarra a sus cabellos, sin hacerle daño.
¡El cráneo es el de Brahma! La ninfa dice que el Ganges surge de la cima de su cabeza. En fin,
hay que añadir la media Luna. Su cabeza está coronada por una guirnalda de Cassia, una planta
sagrada. En su oreja derecha un pendiente para hombre, en la izquierda un pendiente para mujer
indican que reúne en él los dos sexos.
Sus joyas acentúan su divinidad: lleva ricos collares en torno al cuello, su cinturón está recubierto
de piedras preciosas, sus muñecas adornadas con brazaletes, igual que sus tobillos y sus brazos, y
lleva anillos en los dedos de las manos y de los pies. Por toda vestimenta lleva un calzón ajustado
de piel de tigre y un echarpe. Para provocar a los brahmanes lleva también el cordón sagrado.
Todo el conjunto despide una impresión de graciosa impetuosidad, ligera y fácil: Shiva-Lila, es
un «juego». A pesar de su danza desmelenada, el rostro de Shiva permanece sereno. En la frente se
abre su tercer ojo, el de la intuición, que atraviesa las apariencias y trasciende lo sensorial.
A quien sabe ver y sobre todo percibir, la Danza de Shiva, en un resumen cautivador, revela al
Último. Así Shiva es Nataraja, el Rey de la Danza, y es éste el nombre que llevaba Nataraja Gurú:
¡todo un símbolo!
Otra danza de Shiva, muy popular, es la Tandava, donde Shiva-Bhairava danza salvajemente, por
la noche, en los lugares de cremación, acompañado por diablillos retozones. Esta danza, claramente
prearia, se dirige a un Shiva semidiós, semidemonio. Es representada en lugares tan alejados uno
del otro como Elephanta, Ellora y Bhubaneshwara.


lunes, 26 de mayo de 2014

Shiva, la carrera de un dios, A.Van Lysebeth 1/2

Desconocido para los arios, incluso despreciado por ellos, Shiva se ha convertido, con el correr
de los milenios, en una divinidad clave hindú y tántrica a la vez. Su ascensión a la jerarquía divina
hasta llegar a ser, junto con Brahma y Vishnu, miembro de la trinidad hindú, revela su dinámica
profunda.
A propósito de Shiva, un amplio consenso entre los indianistas occidentales y los indios hace
remontar su culto a la civilización dravídica, más que a los autóctonos:
«Desde el Himalaya al cabo Comorin, se busca en vano entre las tribus salvajes aborígenes la
más ínfima huella de una forma cualquiera de culto tántrico de Shiva o de Kālī, su esposa. Tampoco
se ha hallado nunca el emblema fálico, símbolo de Shiva» (N. Bose & Halder: Tantras, Their
Philosophy and Occults Secrets, p. 72).
Se ignora incluso su nombre, tan sagrado y secreto que se evita pronunciarlo. «Shiva», que lo
designa por todas partes en la India, es un simple adjetivo que significa «el benévolo», «el
favorable». Se vincula al culto solar: «El culto de Shiva deriva de un culto solar, muy difundido en
la humanidad primitiva; el nombre shivan dado al Sol es similar a la palabra tamil shivappu, rojo;
por ello shivan, el Rojo, es una palabra adecuada para designar al Sol naciente. Shivan se parece
también a los términos tamiles schemam y shemmai, que significan prosperidad, rectitud. Con el
tiempo, además de «el Rojo», shivan se enriquece con sentidos como «de buen augurio»,
«próspero», etc.» (V. Parjoti, Saiva Siddhanta, p. 13).
Se lo llama también Shambhu, Shamkara, el benéfico, lleno de gracia. Si Alain Daniélou cree que
su verdadero nombre es An o Ann, otros se inclinan por Han, es decir, Dios en sentido absoluto.
Shiva, dios enemigo, fue primero rechazado por los invasores arios. Sin embargo, después de
haber vencido y sometido a los drávidas, impresionados por ese culto tan universalmente expandido
entre sus siervos, poco a poco lo adoptaron y lo integraron a su cultura.
Es interesante, e incluso divertido, seguir el proceso de arianización de Shiva, a través de su
asimilación progresiva a Rudra, un dios védico muy menor.
Es probable que los rudras, como los maruts, fueran aborígenes tránsfugas, aliados a los arios
durante la guerra de conquista, en función de lo cual su jefe, Rudra, fue divinizado, «a disgusto, en
tanto dios de las lágrimas, el que causa el dolor. Lejos de ser adorado y respetado como Indra,
Varuna, Vāyu, etc., Rudra («el que grita») no tiene parte alguna en el sacrificio del fuego. En su
calidad de dios de las lágrimas, se aloja fuera del barrio residencial de los dioses, en o cerca de los
campos de cremación» (Bhattacharya, Saivism and the Phallic World, p. 216).
En el Shatarudrīya, se envía a Shiva-Rudra a acampar en las montañas y en los bosques, donde se
lo asocia a los cazadores, a los habitantes de los bosques, ¡pero también a los ladrones y a los
bandidos! Una hermosa reputación...
Fueron sin duda los brahmanes quienes, irritados por verlo seducir a los arios, lo presentaron al
principio tan poco simpático como les fue posible: incluso lo hicieron el dios de las enfermedades...
Al crear a Shiva, la encarnación del principio creador masculino, los drávidas actuaron como
dijo Voltaire: «Dios creó al hombre a su imagen, pero éste ha hecho lo mismo». Shiva, principio
creador masculino, es uno de los símbolos más potentes y más antiguos del tantra: aparece ya,
como Pasupati (padre y amo de los animales), en el sello del Indo que antecede, sentado y rodeado
de animales salvajes: el tigre, el búfalo, el elefante, el rinoceronte...
Sus cuernos simbolizan las fuerzas lunares o el toro, su vehículo y parangón de la fuerza sexual:
pensemos en los cuernos de los toros de los santuarios de Çatal Hüyük y en el dios cornudo de las
hechiceras, convertido en el diablo en la iconografía de la Iglesia. Sus tres caras revelan que
suscita, mantiene y disuelve el universo. Dios de los yoguis, su postura pone claramente en
evidencia sus atributos masculinos...
Introducido por la puerta de servicio en el panteón védico, escala poco a poco los escalones de la
jerarquía divina y se convierte en el igual de Vishnu y de Brahma, constituye con ellos la trilogía
hindú dominante. Sin embargo, lo logra «por la presión de la calle», como se diría hoy.
Favorito de los drávidas, Shiva encarna su resistencia al ocupante ario, y las leyendas sobre él
son innumerables. La siguiente expresa la enemistad entre las dos Indias, la de los ocupantes y la de
los ocupados. Comienza con un idilio entre Shiva y Sati, la hija del rey ario Daksha. Enamorada de
Shiva, Sati lo desposa contra la voluntad de su padre y se va a vivir con él en el monte Kailash, en
el Himalaya. Después de pasar muchos años lejos de su familia, un día Sati se entera de que su
padre organiza una fastuosa celebración. Aunque no haya sido invitada, quiere asistir, tan grande es
su deseo de volver a ver a los suyos.
Su divino marido se lo desaconseja, pero por primera vez ella no lo escucha. Cuando llega a la
ceremonia, la flor y nata aria está presente: los reyes, los príncipes, los nobles y sus esposas, todo el
mundo en traje de gala. Cuando su padre ve llegar a la tránsfuga por amor, vestida con harapos, se
siente deshonrado y, lívido de cólera, lanza las peores injurias hacia Shiva. Es demasiado para la
pobre Sati: se desvanece para no volver a despertar.
La triste noticia se difunde inmediatamente en la ciudad y Shiva, cuando se entera, se pone
furioso. Como un solo hombre, todos sus partidarios, es decir, el pueblo llano, se levantan y se
rebelan. En la ciudad cunde la revuelta. El resentimiento generalizado hacia la tiranía brahmánica,
que se incubaba desde hacía tiempo, estalla. El lugar de la ceremonia es profanado, saqueado, y
Daksha, el padre de Sari, es humillado. La muchedumbre exige que Shiva sea proclamado el igual
de los dioses arios. Para calmar su cólera, los brahmanes admiten a Shiva en el panteón hindú.
Esta leyenda, que expresa tan bien la revuelta, todavía es tan popular en la India que se han hecho
historietas con ella. La India —pensemos que de cada cinco seres humanos uno es indio— es un
volcán donde la presión sube bajo la cascara constituida por la estructura aria milenaria. Cuando la
India explote, el mundo temblará...
En la iconografía de Shiva, su arma favorita es el tridente junto con el lazo. «Oficialmente» su
tridente —que no es el de Neptuno— simboliza los tres gunas del Samkhya (sattiva, raja, tama
guna) y también los tres nadis (conductos sutiles de energía) del yoga: Ida, Píngala y Sushumna.
Pero para los que saben es diferente, pues el tridente era el arma preferida de los drávidas,
mientras que su homólogo ario tenía cuatro dientes. El Rig-Veda dice (152.7 y 8): «Con su arma de
cuatro dientes (Chaturashri) Mitra y Varuna matan a los portadores del tridente». El indio
Rajmohon Nath, en Rig-veda Summary, p. 83, comenta este versículo: «Esto da una indicación
relativa al viejo conflicto entre los dos campos, que continúa todavía en la India (actual)». ¡Son
pocos los que lo dicen! Sin embargo, como en materia de simbolismo cada uno es libre, nada
impide ver ahí también la versión oficial...


jueves, 22 de mayo de 2014

El lingam, símbolo absoluto "Tantra el culto a lo femenino" A.Van Lysebeth

El lingam es el símbolo más común en la India, donde es aceptado tanto por los hindúes como
por el tan-tra ya sea de Derecha o de Izquierda.
Katheríne Mayo, en Mother India, escribió en 1927: «Shiva, una de las divinidades del panteón
hindú, está representado en todas partes, a lo largo de los caminos, en pequeños altares, en los
templos, en los oratorios de las casas indias o en los amuletos personales. Cada día, a través de la
imagen del órgano de la generación, es adorado por sus devotos».
El lingam además es el único elemento común a prácticamente todos los templos hindúes, el
único también que puede ser mirado y tocado por cualquiera, sin importar su religión, su secta o su
casta. En todo rito tántrico tiene un papel central, tanto entre los shivaítas como entre los adeptos de
Shakti.
Lo característico del símbolo es que revela aspectos diferentes según la persona que lo percibe y
según las circunstancias: de ahí su riqueza, y el valor simbólico del lingam es extraordinario. Por
ser universal es aceptable para todos, tanto creyentes como ateos.
¿Se trata de una imagen fálica o priápica? Es lo que creían los primeros occidentales que viajaron
a la India. En 1670, un individuo llamado Stravorinus, capitán de la Compañía Holandesa de las
Indias Orientales, se indignaba por ello: «Aquí y allí, hay representaciones de una divinidad que
adoran bajo el nombre de lingam. Es el culto más escandaloso entre todas las abominaciones que la
superstición humana ha multiplicado en la superficie de la Tierra...»
Sin comentarios...
El tantra es el modo de acercamiento a las realidades últimas más accesible al conjunto de la
humanidad, cualesquiera que sean las diferencias, raciales u otras.
A primera vista, sin embargo, ¿qué hay más extraño que los conceptos, los ritos y las técnicas del
tantra, especialmente el culto del lingam? En nuestro inconsciente, sin embargo, despierta ecos
profundos desde que penetramos en su universo misterioso.
Para el tantra, el lingam es el conjunto formado por el órgano masculino engastado en el sexo
femenino, y no sólo el falo, aunque éste sea ya un símbolo muy potente, universalmente extendido,
incluso entre nosotros.
George Ryley Scott escribe: «Era natural que los antiguos bretones adoraran las piedras y los
pilares en cuanto emblemas del principio masculino, así como los antiguos hebreos, los griegos, los
romanos, los egipcios, los japoneses y tantos otros. Huellas de este culto han sido descubiertas en
numerosos lugares de Inglaterra, Escocia y el país de Gales, aunque sean notablemente escasas las
estatuas fálicas realistas. Tales ejemplares han existido, pero probablemente han sido demolidos, y
la mayor parte de las huellas escritas sobre los mismos han sido borradas con cuidado por el clero y
las demás autoridades».
El mismo autor cita aj. B. Hannay en Christianity: The Sources of its Teaching and Symbolism:
«Los pilares fálicos no eran raros en Bretaña. Tenemos una larga lista establecida según antiguos
escritos. Buen número de ellos fueron destruidos o derribados, mutilados en la punta o erosionados
por la intemperie; sin embargo, en las investigaciones, se descubren columnas fálicas tan perfectas
que un indio shivaíta se prosternaría ante ellas y las adoraría todavía hoy. Otros sólo representan el
glande, como las formas adoradas por los asirios».
En el emplazamiento prehistórico de Filitosa, en Córcega, se ven piedras erguidas, de un realismo
tal que se trata indudablemente de lingams, aunque los arqueólogos los califican púdicamente de
«guerreros». También en este caso podemos hacer una comparación entre el hombre viril
sexualmente y el hombre viril combativamente.
No sé qué hubiera pensado, pues, nuestro amigo Burgess si hubiera asistido a la escena relatada
por el Capitán Hamilton (A New Account of East lndies, Edimburgo, 1727, vol. 1, p. 152), que vio
un «sanctified rascal» (literalmente, un miembro de la chusma santificado), un truhán de siete pies
(más de dos metros), con los miembros bien proporcionados, de la secta de los jougies (sic)
«sentado a la sombra de un árbol, prácticamente desnudo, con un pudenda (en latín en el texto)
como un asno, con un anillo de oro pasado por el prepucio. Este gañán era muy reverenciado por un
gran número de mujeres jóvenes casadas, que se prosternaban ante el príapo viviente, lo tomaban
devotamente entre las manos, lo besaban, mientras que su propietario libertino les acariciaba las
necias cabezas murmurando plegarias obscenas, que supuestamente les aseguraban una
progenitura».
¡Se entiende, efectivamente, que este subdito de Su Muy Excelsa Majestad Británica haya sido
escandalizado por ese espectáculo! No comprendió que esas mujeres no adoraban el miembro viril
sino el lingam, signo de la potencia creadora de Shiva.
¡Estupefacción! ¡Escándalo! ¡Otro viajero vio a un asceta desnudo, sentado bajo un árbol,
poniendo collares de flores y otras ofrendas rituales a su propio miembro en erección! Para el
asceta, la erección manifestaba la fuerza creadora que hace surgir una nueva vida o las galaxias de
la nada, y es ese principio cósmico lo que reverenciaba... Estaba en condiciones de disociar su poloindividuo
(el yo consciente) de su polo-especie. Todo esto no puede trasladarse a Occidente,
evidentemente: ¡imagínese el lector la cara de los peatones en los Campos Elíseos!
En la India, el origen del culto del lingam se remonta a la prehistoria, a los antiguos ritos
sexuales de fecundidad, al culto de la Gran Diosa. Los hombres y las mujeres se unían cerca de los
campos, y los acoplamientos colectivos se consideraban beneficiosos para aumentar, por contagio,
la fecundidad de la tierra: seguramente era menos tóxico que nuestros pesticidas... Luego se
levantaban piedras para invocar a las fuerzas creadoras, piedras que todavía están allí...
Este culto es muy anterior a la invasión aria: el Rig-Veda atestigua que el lingam era, si no el
único, el principal símbolo preario, rechazado por los arios.
Los epítetos injuriosos dirigidos a los drávidas: akarman, sin ritos, ayajvan, que no hacen
sacrificios, shishna-devāh, literalmente «cuyo dios es el pene» (VIL21.5 y X.99-3), prueban que el
simbolismo profundo del lingam escapaba a los arios. Su culto, condenado, quedaba desterrado de
los rituales védicos.
Sin embargo se produciría un viraje. Sólidamente implantados en el país conquistado, su
pretendida integridad racial protegida por el estricto apartheid del sistema de las clases, los arios
podían darse el lujo de la tolerancia religiosa. Dejaban que sus siervos, los sudras, conservaran sus
antiguos dioses y cultos.
Mientras que habitualmente el vencedor impone su religión a los vencidos, en la India los arios
no sólo no deseaban en absoluto «brahmanizar» a sus siervos, sino que al contrario prohibían
estrictamente a los no arios (y a algunos arios) incluso que escucharan los Vedas. En caso de
transgresión, el Código de Manu castigaba ese «sacrilegio» con graves penas.
Sin embargo, poco a poco los «señores» se anexaron dioses, creencias, prácticas mágicas de los
vencidos y las integraron, «arianizadas», a su propio culto y panteón: el resultado de esta osmosis
es el hinduismo. Y es así como el lingam, al principio tan despreciado, se convirtió en el símbolo
más difundido en toda la India. Sin embargo, si los arios patriarcales lo aceptaron bastante
fácilmente, ¡fue porque veían en él sobre todo el miembro viril!
Todavía hoy el culto del lingam ha conservado su fervor original. Cito a Mircea Eliade
(L'épreuve du Labyrinthe, p. 68): «La segunda enseñanza que me ha aportado la India es el sentido
del símbolo. En Rumania no me atraía la vida religiosa, las iglesias me parecían atestadas de iconos.
Y por supuesto que no consideraba esos iconos como ídolos, pero en fin... Pues bien, en la India,
viví en un poblado de Bengala y vi mujeres y muchachas que tocaban y decoraban un lingam, un
símbolo fálico, más exactamente un falo de piedra anatómicamente muy exacto; por supuesto que,
al menos las mujeres casadas no podían ignorar su naturaleza, su función fisiológica. Comprendí,
pues, la posibilidad de «ver» el símbolo en el lingam. El lingam era el misterio de la vida, de la
creatividad, de la fertilidad que se manifiesta en todos los niveles cósmicos. Esta epifanía de vida
era Shiva, no era el miembro que nosotros conocemos. Entonces, esa posibilidad de ser
religiosamente conmovido por la imagen y por el símbolo, me reveló todo un mundo de valores
espirituales».
A primera vista el lingam parece ser un símbolo falocrático; sin embargo, cuando el órgano
masculino se pone erecto, ¡es a causa de la mujer! Según un dicho tántrico, «Shiva sin Shakti sólo
es un shava, un cadáver». La erección demuestra el poder femenino. Discúlpeme, señora, si evoco
el ejemplo bien conocido de los perro. Normalmente, no pasa nada, pero cuando una perra está en
celo, ¡a la arrebatiña todos los perros! Por tanto es la hembra quien despierta a los machos, y no a la
inversa.
El lingam pone así (¡aparentemente!) a todo el mundo de acuerdo: al falócrata que da la prioridad
al órgano masculino erecto, al tántrico que detrás de la unión de los órganos masculino y femenino
percibe los principios cósmicos así simbolizados. Si es fácil esculpir el órgano masculino, por el
contrario es técnicamente imposible esculpir el sexo femenino en relieve. Eso es lo que hace que,
en los lingams indios, el órgano femenino se limite a rodear la base del órgano masculino, y el resto
debe ser imaginado.
Una pregunta: ¿por qué los lingams son siempre de piedra, excepto los modelados en arcilla y
que se arrojan enseguida al Ganges, y por qué esta piedra en general es negra? La respuesta es
simple: ¡es a causa del color de la piel de los drávidas, cuyo dios era Shiva!
¿Y como es en realidad una linga-pūjā, una adoración del lingam, en un medio puritano como,
por ejemplo, el ashram de Rishikesh, al pie del Himalaya? El oficiante, a veces el swami
Chidananda, el asceta, acaricia en primer lugar largamente, casi amorosamente, el. lingam de piedra
pulida, lo adorna con guirnaldas y traza en él con pasta de sándalo amarillo los signos rituales y
simbólicos. Durante toda la celebración, el oficiante y los participantes cantan en coro, durante
horas, «Om Namah Shivayah», arrojando al mismo tiempo flores y pétalos de flores sobre el
lingam, que queda casi cubierto por ellos.
En el momento culminante, el oficiante vierte sobre el lingam un líquido blanco viscoso hecho de
leche y miel (cuyo simbolismo es evidente), que corre lentamente por la piedra y se derrama en el
arghya, para ser luego repartido entre los participantes, que lo beben con evidente devoción. Como
en la consagración durante una misa católica, para ellos en ese instante Shiva está presente en el
lingam.
Cuando se les menciona el carácter sexual evidente de ese ritual, se ofuscan y, con buena fe, lo
niegan absolutamente. He oído a una occidental, también ella de buena fe, seguir su ejemplo. Creía
incluso que aportaba una prueba tan sutil como innegable: decía que si se tratara verdaderamente de
un símbolo de unión sexual, el falo debería estar horizontal y no vertical. En la posición occidental
corriente, la del misionero, sería así, pero no en el maithuna tántrico, donde Shakti está a
horcajadas, o «cabalga» sobre Shiva y el órgano masculino está vertical. Los indios —¡que
ciertamente saben!— no hablan: se contentan con negar...
Los tántricos sienten que la eyaculación es el momento procreador por excelencia, cuando la
energía femenina se apodera del esperma para suscitar una nueva vida. Para ellos, todo acto creador
va acompañado de goce y la creación resulta de una unión cósmica permanente y orgiástica, que
proseguirá hasta el fin de los tiempos: cada galaxia es el fruto de un orgasmo cósmico. Toda
experiencia cósmica es necesariamente extática, como el éxtasis de los místicos occidentales, y eso
justifica los ritos sexuales de la Vía de la Izquierda, la vía más directa hacia el éxtasis. Para el
tantra, la libido cósmica (¡que Freud se alegre en su tumba!) es el dinamismo fundamental de la
creación: el universo nace del deseo, como todo ser viviente. Deseo y goce acompañan a todo acto
verdaderamente creador.
En los ritos sexuales del tantra, todo se organiza para despertar el deseo, para crear situaciones
eróticas intensas, para acceder así a la felicidad, al éxtasis, por una unión concreta ritualizada,
sacralizada. Además, esta unión sólo llega a ser espiritual si se percibe su carácter divino, sagrado.
Para el tantra todo goce puro es de orden espiritual. La unión sexual es el «signo» más concreto,
más simbólico que existe, y va acompañado también por la felicidad última que puede experimentar
el cuerpo humano. Todo esto supone una visión diferente de la ordinaria, que considera que el goce
y lo espiritual son incompatibles. Los siguientes extractos de escrituras sagradas confirman el
simbolismo del lingam: «La naturaleza manifiesta, la energía cósmica universal, está simbolizada
por el yoni, el órgano femenino que rodea al lingam. El yoni representa la energía que engendra el
mundo, matriz de todo lo que se ha manifestado» (Karapátri, Lingopapasana rahasya, Siddhanta,
vol. 2, p. 154).
«El Universo proviene de la relación de un yoni con un lingam. En consecuencia, todo lleva la
marca del lingam y del yoni. Es la divinidad que, bajo la forma de falos individuales, penetra en
cada matriz y procrea así a todos los seres» {id., p. 163).
La potencia física y mental se adquiere controlando el sexo, ritualizándolo y no reprimiéndolo.
Los órganos que intervienen son la expresión visible del poder creador, cuyo símbolo más concreto
son. Cuando los hindúes veneran el lingam no deifican un órgano físico, reconocen simplemente
una forma eterna y divina manifestada en el microcosmos. Porque la potencia creadora humana
reside en el sexo, éste es a la vez la sede y el emblema de lo divino, de la forma causal, eternamente
presente en todas las cosas: «Aquellos que no quieren reconocer la naturaleza divina del falo, los
que no comprenden la importancia del rito sexual, los que consideran el acto de amor como vil y
despreciable o como una simple función física, seguramente fracasarán en sus intentos de
realización material o espiritual. Ignorar el carácter sagrado del falo es peligroso, mientras que
venerándolo se obtiene el placer (bhukti) y la liberación (mukti)» (Lingpapāsana rahasya).
O también: «El que deja pasar la vida sin haber honrado el falo es en verdad despreciable,
culpable y condenado. Si se hace un balance, de un lado la adoración del falo y del otro la caridad,
el ayuno, los peregrinajes, los sacrificios y la virtud, gana la adoración del falo, fuente de placer y
de liberación, abrigo contra la adversidad» (Shiva Purana, 1, 21-23-24-26).
«El que venera el lingam, sabiendo que es la causa primera, la fuente, la conciencia, la sustancia
del universo, está más cerca de mí que ningún ser» (id).
Estas citas, provenientes de una escritura aria, requieren dos observaciones. En primer lugar,
estamos lejos del Rig-Veda y de sus imprecaciones contra los «adoradores del dios-pene».
Segundo, un malabarismo «falocrático» hace del lingam un simple falo, mientras que, para el
tantra, el lingam es el yoni indisociablemente unido al órgano viril: ¡es más que una cuestión de
matiz!
Para cerrar este capítulo escuchemos todavía a nuestro amigo sioux Tahca Ushte, tántrico sin
saberlo: «Para el hombre blanco, los símbolos son sólo una cosa agradable que permite dejarse
llevar por las especulaciones, un juego del espíritu. Para nosotros, son más que eso, mucho más.
Para nosotros se trata de vivirlos».
Por eso las especulaciones (¡por tanto mi texto...!) sólo son útiles y justificadas en la medida en
que nos abren a la riqueza de los símbolos, de los que entonces nuestro espíritu acepta servirse. Para
que lleguen a ser «más que eso», hay que olvidar las disertaciones y dejarlas actuar en las
profundidades del inconsciente, allí donde tenemos nuestras raíces, donde se está en contacto con
las fuerzas vivas del universo, donde «engendrar» adquiere todo su sentido.
Regresemos a Occidente: ¿es la cruz un lingam oculto? Esta pregunta corre el riesgo de disgustar
—sin motivo, por supuesto— a los católicos, para quienes evoca el sacrificio supremo del Hijo de
Dios para rescatar a la humanidad. Pero, ¿está prohibido ver también el símbolo de la unión de los
principios creadores últimos? Y ver en ella un símbolo eventual-mente fálico, ¿es un sacrilegio?
Aunque no soy ni padre de la Iglesia ni doctor en teología, sin embargo creo recordar que antes de
la cruz el signo crístico era el pez, símbolo indudablemente fálico. Todavía hoy, en el sur de Italia,
la misma palabra designa al pez y al órgano viril: quien lo dude que vaya a Nápoles e interrogue a
las vendedoras de pescado del puerto...

martes, 6 de mayo de 2014

Interview with Kristina Karitinou

1-Do you think that the Ashtanga yoga series can be practice whole life?

For sure, you can see the senior teachers of our time! They look amazing,they have great knowledge and they practice the series with the appropriate asana variations!

2-Why did you start practicing yoga?

When I was 19 a friend believed that to practice Ashtanga was my destiny! She was right!I continued
because Ashtanga practice reminds me everyday of the value and the importance of life.


3-have you ever been injured??

Many times,but I learn from my mistakes!!! Sometimes this is the way to experience your one anatomy. Injury teaches us to be more careful and sensitive on the mat.I believe that this method is so powerful in order to teach us to look after ourselves and move forward in life with awareness. Like little children who finally learn to walk.

4-Do you think that after all this years of practicing, you already have found Mula bandha (in the full sense physical / energetic) or you are still looking?

I had my Mula bandha with me when i was born like everybody else. When I start practicing Ashtanga my teachers showed me the way to activate it and since then me and my mula bhanda have been very close friends!



Thank you Kristina Karitinou :)

interviews for Sthira&Bhaga



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